Mis queridos amigos, ¡alabados sean Jesús y María!
1. El 25 de septiembre de 2025 la vidente Marija recibió el siguiente mensaje mensual:
“¡Queridos hijos, que este tiempo sea un tiempo de oración por la paz. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!” (Con aprobación eclesiástica)

2. Durante la homilía de una misa en inglés, el celebrante relató un hecho que transformó su vida sacerdotal…
“En 2014, era capellán de hospital y me sentía feliz de poder llevar los sacramentos a los enfermos. Yo los escuchaba, los consolaba, los confesaba y les daba la Comunión: yo, yo, yo; yo, yo, yo… Esto no estaba para nada bien.
Un día, me llamaron para que fuera a visitar a Tony, un paciente que acababa de recibir un diagnóstico delicado. No parecía ser mortal, pero pronto ya no podría caminar. Había aceptado ver a un sacerdote porque decía ser católico. Luego de entablar un diálogo con él, le pregunté: '¿Cuándo fue la última vez que fue a Misa?'
'En 1966', me respondió. Sorprendido, le pregunté: '¿Qué sucedió aquel día para que fuera su última Misa?'
'¡Era aficionado al fútbol y acabábamos de ganar un partido muy importante!'. Uno de mis amigos sugirió que fuéramos a misa para agradecer a Dios por esa victoria, ¡y fui con él!"
Comprendiendo que este hombre estaba alejado de la fe y de la Iglesia hacía mucho tiempo, comencé a explicarle el sacramento de la penitencia antes de confesarlo.
Pero luego de dos minutos, vi que miraba su reloj con impaciencia. Sin embargo, terminé mis explicaciones y le sugerí que se confesara. Confesó dos o tres pecados y le di la absolución. Pero pensé: ¡Esta no es la confesión de un hombre que no ha recibido un sacramento en 40 años!
Continué mis explicaciones antes de ofrecerle la Unción de los Enfermos. Entonces vi que se ponía de costado. Giré para ver si alguien entraba en la habitación... ¡Pero no! ¡Imaginen mi sorpresa cuando me di cuenta de que miraba la televisión y que estaba más interesado en el programa que en lo que le estaba diciendo!
Le pregunté si prefería que me fuera.
...No, no, siga con lo suyo, dijo, moviendo la mano mientras continuaba mirando la tele. Molesto, terminé dándole el Sacramento de los Enfermos de todos modos.
Al salir de la habitación, escuché claramente la voz de Jesús en mi corazón: "¡Ve a darle la Comunión!".
No era un pensamiento mío, esto era muy claro. Entonces dije para mis adentros: ¡No, no se la merece! No le interesa nada relacionado con la fe, ¡no voy a darle la Comunión! Pero la voz de Jesús se volvió más insistente: "No eres sacerdote para ti mismo, sino para mí. ¡Ve y dale la Comunión!".
Aunque todavía irritado por el comportamiento de Tony, las palabras de Jesús vencieron toda mi resistencia. Muy a mi pesar, le pregunté a la enfermera si podía llevarle la Comunión a Tony y no puso objeción alguna.
Entré nuevamente en su habitación, donde seguía mirando su programa con gran interés, sin prestarme atención. Entonces tomé una hostia, la levanté, y dije: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo...».
Como no me miraba, me vi obligado a darle un sacudón en el hombro. Apartó la vista de la pantalla y miró la hostia. De repente, la situación cambió por completo... una profunda emoción lo embargó y empezó a pedir perdón: «Perdóname, Jesús, por haber hecho esto... Perdóname, Señor, por aquello...». Esto duró varios minutos. ¡No podía creerlo!
No le había interesado nada de lo que le había estado explicando y ahora, al mirar la hostia, comprendía que era verdaderamente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo, ¡vivo y presente entre nosotros! No solo estaba completamente arrepentido de sus pecados, sino que reconocía a Jesús como su Señor y Salvador.
Tras semejante confesión, la confesión de su vida, comulgó. En silencio, asombrado y más humilde por lo que acababa de suceder, salí de la habitación pensando: ¡el Señor es quien actúa a través de mí! ¡Yo no hago nada!
Un poco más tarde, al darme cuenta de que había olvidado mi libro de oraciones en la habitación de Tony, volví sobre mis pasos. Al verme la enfermera me dijo: "¡Padre, usted llegó justo a tiempo! ¡Fue muy rápido!".
Asombrado, la miré sin comprender...
"¿Qué fue muy rápido?".
"Después de que usted salió -me dijo conmocionada- Tony pidió un vaso de agua y murió a los pocos minutos”.
Esta homilía tan sincera conmovió a muchos corazones; no pocos lloraban en la asamblea. El sacerdote no dejaba de repetir: "¡Qué grande es la Misericordia de Dios! Incansablemente, y hasta el último minuto, busca atraer a Sí a sus hijos perdidos, ¡y lo hace incluso a través de un sacerdote arrogante e indigno como yo! Me utilizó para ir al encuentro de Su hijo en la hora de la muerte. ¡Tengan siempre confianza y certeza en el amor de Dios por ustedes, y confíen en Su Providencia!".