Bienvenidos a compartir en el Espíritu de Dios

Hola a todos los que visitáis este blog. ¡Gracias por entrar! ¡DIOS OS BENDIGA!
En este momento empezamos a compartir nuestras vivencias y, también nuestras oraciones.
Rezo por vosotros. Rezad, también por mí. ¡GRACIAS!

¡Jesús es amor sin límites!



¡Dios te ama!¡Él esta vivo en tu corazón!

¡Que Dios os bendiga cada día de este año 2024


MªEsperanza Román


¡Alabado sea Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Sólo Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. ¡SÓLO JESÚS SALVA! Léelo en la Biblia.


¡Te basta mi gracia!

Reza ante el Santísimo por tu familia, amigos y enemigos...¡Él es el Todopoderoso!



¡Oh Señor, pongo en tus manos la sangre derramada por todos aquellos niños muertos en el vientre de sus madres a manos de los hombres, únela a la sangre de tu hijo Jesús que derramó por todos nosotros para la remisión de todos los pecados del mundo! Acoge, Señor esta oración. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

viernes, 16 de marzo de 2012



Llama la atención la manera tan delicada con que trataba el Señor a las mujeres. Hay multitud de detalles en los Evangelios que nos dan idea de la normalidad con la que Jesús empleaba ese trato, sin caer en la frivolidad o las distancias innecesarias, reconociendo la dignidad que merece cualquier mujer. He ahí su gran atractivo. La situación, por ejemplo de indefensión en la que se encontró Jesús, cuando todo un pueblo intenta apedrear a la mujer adúltera. Nos admira que, más allá de los respetos humanos, el Señor sale al encuentro de un corazón herido y arrepentido, en este caso el de una mujer, que es la única “condición” que pone la misericordia de Dios.
Las mujeres, en la época del Señor, no gozaban de todos los derechos y prerrogativas de los varones, ni se les permitía protagonismos excesivos. Sin embargo, en el acontecimiento más importante de Jesús, su pasión, muerte y resurrección, vemos dos hechos significativos. Por un lado, aquellas mujeres que permanecieron con fidelidad junto a la Cruz del Señor, mientras las promesas de sus discípulos se hacían añicos con su cobarde huída. Por otro, cómo Jesús dio la primicia de su resurrección a esas mujeres que fueron a embalsamar su cuerpo, y las primeras en anunciar a los discípulos el milagro. En todo ello, vemos el premio con que Dios recompensó la fidelidad de unas mujeres, sólo fundamentada en un amor auténtico y sin fisuras.
Hay que descubrir en la Virgen María la escuela donde Jesús aprendió el verdadero trato con las mujeres: discreción, cariño, prudencia… La madre de Dios, además, es signo de fortaleza, ya que en los momentos más difíciles sólo una mujer puede demostrar su saber estar, sin miedo al dolor o al qué dirán.
Mater Dei

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