by pajares95 |
Dice Jesús:
«Que el don que te he dado nunca te induzca a la soberbia llevándote a creer sobre ti lo que no es.
Tú no eres más que un portavoz y un canal en el que fluye la onda de mi Voz, pero cómo te escojo a ti podría escoger a cualquier otra alma. El sólo hecho de escogerla la volvería capaz de ser canal y portavoz de la Voz de Cristo porque mi toque obra el milagro. Pero tú no eres nada. Nada más que una enamorada.
Mis portavoces se encuentran o entre los puros o entre los pecadores realmente convertidos.
Mira el núcleo apostólico. ¿A quién di el Poder? A Pedro. El hombre que había venido a Mí en el culmen de la virilidad después de haber tenido los deslices y las pasiones de la juventud y de la edad madura, el hombre que era aún tan hombre, después de tres años de contacto conmigo, como para ser renegador y violento.
¿A quién di la revelación y la Revelación? A Juan, a la carne que no conoció mujer, y que era sacerdote incluso antes de serlo. Era puro y enamorado.
¿A quién permití tocarme los miembros purísimos y divinos antes y después de la resurrección? A María Magdalena y no a Marta.
Pedro y María los convertidos. Juan el puro. Es siempre así.
Pero a Pedro, en quien se anidaba la soberbia de sí mismo -"Maestro, aunque todos te traicionen, yo no te traicionaré"- no he dado cuanto he dado a Juan. Y Pedro, maduro y jefe del núcleo, tuvo que pedir a Juan -un muchacho respecto al él- que me preguntara quién era el traidor. Y fue a Juan a quien revelé los últimos tiempos, no a Pedro, jefe de mi Iglesia.
Hablo donde quiero. Hablo a quien quiero. Hablo como quiero. Yo no conozco limitaciones.
La única limitación, que no me limita a Mí, sino que obstaculiza el llegar de mi Palabra, es la soberbia y el pecado. Por eso mi Palabra, que debería propagarse desde las profundidades de los Cielos sobre todo lo Creado e instruir los corazones de todos los señalados con mi signo, encuentra, en todas las categorías, tan pocos canales. El mundo, católico, cristiano, o de otra fe, está movido por dos motores: soberbia y pecado. ¿Cómo puede entrar mi Palabra en este mecanismo árido? Sería triturada y ofendida.
Sed como Juan o como María, y llegaréis a ser voz de la Voz. Extirpad el pecado y la soberbia. Cultivad caridad, humildad, pureza, fe, arrepentimiento. Son las plantas bajo las cuales el Maestro se sienta para instruir a sus ovejitas.
Ser mi portavoz quiere decir entrar en una austeridad como ninguna regla monástica impone. Mi presencia impone, como ninguna otra cosa en el mundo, discreciones sobrenaturales, dominio de sí, desapego de las cosas, ardor de espíritu, aspereza de penitencia, generosidad de dolor y viveza de fe.
Es un don. Pero que se quita si aquél a quien se le ha dado sale del espíritu y se acuerda de ser carne y sangre.
Es un sufrimiento. Pero si bien es sufrimiento que tritura la carne y la sangre, tiene en sí y consigo una vena de gran dulzura respecto a la cual el maná de los antiguos hebreos es ajenjo amargo.
Es una gloria. Pero no es gloria de esta tierra».
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