el franciscano Heinrich Sedulius, en su “Preaescriptiones adversus haereses”
al traer a colación el valioso testimonio de Ambrosio Kudtfeld, un
testigo y hombre de confianza del “reformador” quien, lejos de narrar
una muerte a causa de una angina, dice:
«Martín Lutero, la noche antes de su muerte, se dejó vencer por su habitual intemperancia
y en tal exceso que fuimos obligados a llevarlo, completamente
alcoholizado, y colocarlo en su lecho. Luego, nos retiramos a nuestra
cámara, ¡sin presentir nada desagradable! A la mañana siguiente,
volvimos junto a nuestro señor para ayudarlo a vestirse, como de
costumbre. Entonces – ¡oh, qué dolor! – ¡vimos a nuestro señor Martín colgando del lecho y estrangulado miserablemente! Tenía la boca torcida, la parte derecha del rostro negra, el cuello rojo y deforme»[5].
Efectivamente en aquella época se usaban camas elevadas, sostenidas por columnas.
«Frente
a este horrendo espectáculo, ¡fuimos presos de un gran temor!
¡Corrimos, sin retardo, a los príncipes, sus convidados de la víspera, a
anunciarles el execrable fin de Lutero! Ellos, llenos de terror como
nosotros, nos comprometieron en seguida, con mil promesas y los
más solemnes juramentos, a observar, respecto de aquel suceso, un
silencio eterno, y que nada trascendiera. Luego, nos ordenaron
quitar del cabezal el horrible cadáver de Lutero, ponerlo sobre su lecho
y divulgar, después, entre el pueblo, que el “maestro Lutero” ¡había
abandonado de improviso esta vida»[6].
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