
SAN LEANDRO DE SEVILLA. Nació en la provincia romana de Cartagena hacia el año 540. Es hermano de los santos Fulgencio, Florentina e Isidoro. Su familia, expulsada de Cartagena, tuvo que refugiarse en Sevilla, donde él se hizo religioso. El año 578 fue nombrado arzobispo de Sevilla. Sufrió persecución y destierro por su empeño en la conversión a la fe católica del pueblo visigodo que profesaba la herejía arriana. Presidió el Concilio III de Toledo (año 589), en el que se logró la conversión del rey visigodo Recaredo y la unidad católica de la nación. Murió en Sevilla el 13 de mayo del 599. San Isidoro, su hermano y sucesor en la sede hispalense, hace de él esta semblanza: «Leandro era hombre de condición apacible, de extraordinaria inteligencia y de preclarísima prudencia. La conversión de los visigodos, de la herejía arriana a la fe católica, fue fruto de su constancia y prudencia».- Oración: Oh Dios, que por medio de tu obispo san Leandro mantuviste en tu Iglesia la integridad de la fe, concede a tu pueblo permanecer siempre libre de todos los errores. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SAN RODRIGO Y SAN SALOMÓN DE CÓRDOBA. Rodrigo era sacerdote y tenía dos hermanos, uno cristiano y otro musulmán. En una pelea entre los dos hermanos, Rodrigo intervino para poner paz, pero recibió un golpe que lo dejó sin sentido. El hermano musulmán, dándolo por muerto, dijo que se había hecho musulmán. Cuando Rodrigo se recuperó, vio lo peligrosa que iba a ser su situación, por lo que se retiró a la serranía, donde vivió cinco años en paz. Un día que fue a Córdoba, se topó con su hermano musulmán, el cual lo acusó de haber vuelto al cristianismo. Ante el juez, Rodrigo se mantuvo firme en su fe cristiana, por lo que fue encarcelado. En la prisión se encontró con Salomón, un seglar que se había convertido de musulmán en cristiano, por lo que había sido condenado a muerte. Ambos se apoyaban y confortaban mutuamente para afrontar el martirio. Enterado el juez de esa fraternidad, mandó que los separaran. Volvió a llamarlos a juicio y, al no conseguir que renegaran de Cristo y se convirtieran al Islam, mandó ejecutarlos. Camino del lugar de la ejecución, ambos mártires se dieron el ósculo de paz y se animaron a dar la vida por Cristo; el juez intentó una vez más que apostataron, pero no lo consiguió. Fueron decapitados en Córdoba (España) a orillas del río Guadalquivir el 13 de marzo del año 857. San Eulogio de Córdoba es quien nos narra este martirio en su Apologeticus.
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