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¡Oh hombres que deseáis no enfermar! ¡Oh enfermos que deseáis sanar! ¡Oh sanos que queréis permanecer sanos! ¡Oh unos y otros que más deseéis morir bien que vivir mal!
Ya habéis oído que nuestra devoción es el camino para llegar al logro de todos estos fines, no solo es breve y fácil la consecución, sino el camino.
Para cobrar vuestra salud, os dejáis quitar la salud, pues os dejáis romper venas y permitís que os martiricen de mil modos, exponiéndonos a menguar la vida con lo que padecéis por aumentarla. El medio de nuestra devoción no solo no trae daño, pero ni aún riesgo; siempre es favorable y nunca nocivo; es tan eficaz como seguro, y tan seguro como probado. Muchos han empeorado con los remedios de la tierra; con éste, nadie, antes han sanado y sanan infinitos cada día. ¡Oh cuántos hubieran escapado de la enfermedad de que murieron, si como llamaron a los médicos para ella, nos hubieran llamado a nosotras! Pero no lo hicieron porque no sabían que teníamos el privilegio de alcanzarles de Dios la vida… No pedimos que os adelantéis, hágase condicional el contrato: ofrecednos tanto si os cumplimos lo que deseáis; y mientras nosotras no cumplamos vuestro deseo, no cumpláis vosotros lo ofrecido. Ofrecednos tanto, si os curamos de ese accidente habitual, que años ha padecéis; si os quitamos esa tentación prolija que os arrastra; si os aliviamos de esa pesadumbre que está continuamente alterando vuestro interior inquietud; si os sacamos airosos de ese empeño o dependencia de que depende vuestra honra, estado y fortuna, mientras no logréis estos deseos, no paguéis eso a que os obligáis: así no vais a perder y a ganar sí. De esta suerte han encontrado muchos con nosotras; ni de los santos del cielo no pudieron conseguir.
No puede negarse a este partido el pobre; pues admitimos obras que no cuentan dinero; tampoco el avariento, pues le admitimos ayunos, tampoco al enfermo, pues admitimos lo mismo que padece, si lo ofrece en satisfacción nuestra; tampoco el que ni tiene ni puede nada, pues de éste admitimos el deseo: en fin, queda sitiada por todos lados vuestra ingratitud, y sólo quien no desea su bien puede no desear cuyo costo es tan poco, cuyo riesgo es ninguno, cuya ganancia es tanta. copia fiel del original
ESCRITOS DE MARIA VALTORTA.