by pajares95 |
NO EXISTE LA REENCARNACIÓN.
7 de enero de 1944.
Dice Jesús:
“¡Oh, hombre a quien quiero a pesar de tus errores, oveja descarriada por la que caminé y por la que vertí mi Sangre para enseñarte la senda de la Verdad!, lo que voy a dictar es para ti. Es una enseñanza para ti. Es una luz para ti. No rechaces mi don.
No cometas el sacrilegio de pensar que hay otra palabra más justa que ésta. Ésta es la mía. Es mi voz, que es siempre la misma a través de los siglos, que no cambia, que no se contradice, que no se renueva a lo largo de los siglos porque es perfecta y el progreso no la toca. Vosotros podéis renovaros. Yo, no; Yo soy como el primer día en mi doctrina y así es mi naturaleza desde siempre y para siempre. Yo soy la Palabra de Dios, la Sabiduría del Padre.
En mi verdadero y único Evangelio está escrito: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. No soy el Dios de los muertos; soy el Dios de los vivos”. Abraham vivió sólo una vez. Isaac vivió sólo una vez. Jacob vivió sólo una vez. Tú vivirás una sola vez. Yo, que soy Dios, me encarné una sola vez y no volveré a hacerlo, porque también Dios respeta el orden. Y el orden de la vida humana es éste:
Que a la carne se funda el espíritu para hacer que el hombre se asemeje a Dios, que no es carne sino espíritu, que no es animal sino sobrenatural.
Que cuando para la carne llega la noche y se eclipsa, caiga como un despojo, como una simple envoltura, en la nada de donde proviene y que el espíritu vuelva a su vida: una vida bienaventurada, si vivió de verdad; una vida maldita, si pereció porque permitió que le dominara la carne en lugar de hacer que Dios dominara su espíritu.
Que desde ese más allá, del que inútilmente queréis conocer los límites sin contentaros de creer en su existencia, el espíritu aguarde temblando de miedo o palpitando de regocijo que la carne resurja y le recubra en el día postrero de la Tierra para precipitar con ella en el abismo o para penetrar con ella en el Cielo, donde también la materia será glorificada, porque con ella habéis triunfado al convertirla de enemiga natural en aliada sobrenatural.
Mas, llegado el momento de mi excelsa reseña, ¿cómo podríais revestiros con una carne para ser condenados o glorificados con ella, si cada espíritu hubiera poseído muchas carnes? ¿Cuál habría elegido entre ellas?, ¿la primera o la última?
Si, según vuestras teorías, la primera le permitió ascender a la segunda, era ya una carne merecedora del Cielo, aún más merecedora que las otras, pues la que más cuesta es la primera victoria. Luego cobra impulso la escalada. Mas si en el Cielo han de entrar sólo los perfectos, ¿cómo podrá entrar la primera? Sería injusto excluir la primera carne, como lo sería creer que se excluirá la última de esas carnes que vosotros, con abominable teoría, creéis que puedan cubrir, en series ascendentes, vuestro espíritu, que se encarna y se desencarna para volverse a encarnar como si fuera una prenda que se quita de noche y se pone otra vez por la mañana.
¿Cómo podríais llamar a los beatos, si éstos ya estuvieran reencarnados? Y a vuestros difuntos, ¿cómo podríais considerarlos vuestros, si en ese momento ya son hijos de otros?
No. El espíritu vive. Una vez creado, ya no se destruye. Vive en la Vida, si en la Tierra vivió la única vida que se os concede, como un hijo de Dios; vive en la Muerte si vivió su vida terrena como un hijo de Satanás. Lo que es de Dios, vuelve a Dios por la eternidad. Lo que es de Satanás, vuelve a Satanás por la eternidad.
No digas: “Eso está mal”. Yo, que soy la Verdad, te digo que es un bien supremo. Aunque vivierais mil vidas, mil veces os convertiríais en títeres de Satanás y no siempre seríais capaces de salir vivos, aunque heridos, de tales situaciones. Dado que vivís sólo una vez y que sabéis que en esa vez se juega vuestro destino, si no sois malditos adoradores de la Bestia, obrad al menos con la mínima voluntad que me basta para salvaros.
Quienes, en lugar de esa mínima parte, lo dan todo de sí y viven en mi Ley, son bienaventurados. El Dios de los vivos les mira desde el Cielo con infinito amor y todo el bien del que aún gozáis en la Tierra lo debéis a estos santos que a veces despreciáis, pero a quienes los Santos llaman “hermanos”, a quienes los ángeles acarician y a quienes el Dios Uno y Trino bendice”.
(De la Obra de María Valtorta)
“¡Oh, hombre a quien quiero a pesar de tus errores, oveja descarriada por la que caminé y por la que vertí mi Sangre para enseñarte la senda de la Verdad!, lo que voy a dictar es para ti. Es una enseñanza para ti. Es una luz para ti. No rechaces mi don.
No cometas el sacrilegio de pensar que hay otra palabra más justa que ésta. Ésta es la mía. Es mi voz, que es siempre la misma a través de los siglos, que no cambia, que no se contradice, que no se renueva a lo largo de los siglos porque es perfecta y el progreso no la toca. Vosotros podéis renovaros. Yo, no; Yo soy como el primer día en mi doctrina y así es mi naturaleza desde siempre y para siempre. Yo soy la Palabra de Dios, la Sabiduría del Padre.
En mi verdadero y único Evangelio está escrito: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. No soy el Dios de los muertos; soy el Dios de los vivos”. Abraham vivió sólo una vez. Isaac vivió sólo una vez. Jacob vivió sólo una vez. Tú vivirás una sola vez. Yo, que soy Dios, me encarné una sola vez y no volveré a hacerlo, porque también Dios respeta el orden. Y el orden de la vida humana es éste:
Que a la carne se funda el espíritu para hacer que el hombre se asemeje a Dios, que no es carne sino espíritu, que no es animal sino sobrenatural.
Que cuando para la carne llega la noche y se eclipsa, caiga como un despojo, como una simple envoltura, en la nada de donde proviene y que el espíritu vuelva a su vida: una vida bienaventurada, si vivió de verdad; una vida maldita, si pereció porque permitió que le dominara la carne en lugar de hacer que Dios dominara su espíritu.
Que desde ese más allá, del que inútilmente queréis conocer los límites sin contentaros de creer en su existencia, el espíritu aguarde temblando de miedo o palpitando de regocijo que la carne resurja y le recubra en el día postrero de la Tierra para precipitar con ella en el abismo o para penetrar con ella en el Cielo, donde también la materia será glorificada, porque con ella habéis triunfado al convertirla de enemiga natural en aliada sobrenatural.
Mas, llegado el momento de mi excelsa reseña, ¿cómo podríais revestiros con una carne para ser condenados o glorificados con ella, si cada espíritu hubiera poseído muchas carnes? ¿Cuál habría elegido entre ellas?, ¿la primera o la última?
Si, según vuestras teorías, la primera le permitió ascender a la segunda, era ya una carne merecedora del Cielo, aún más merecedora que las otras, pues la que más cuesta es la primera victoria. Luego cobra impulso la escalada. Mas si en el Cielo han de entrar sólo los perfectos, ¿cómo podrá entrar la primera? Sería injusto excluir la primera carne, como lo sería creer que se excluirá la última de esas carnes que vosotros, con abominable teoría, creéis que puedan cubrir, en series ascendentes, vuestro espíritu, que se encarna y se desencarna para volverse a encarnar como si fuera una prenda que se quita de noche y se pone otra vez por la mañana.
¿Cómo podríais llamar a los beatos, si éstos ya estuvieran reencarnados? Y a vuestros difuntos, ¿cómo podríais considerarlos vuestros, si en ese momento ya son hijos de otros?
No. El espíritu vive. Una vez creado, ya no se destruye. Vive en la Vida, si en la Tierra vivió la única vida que se os concede, como un hijo de Dios; vive en la Muerte si vivió su vida terrena como un hijo de Satanás. Lo que es de Dios, vuelve a Dios por la eternidad. Lo que es de Satanás, vuelve a Satanás por la eternidad.
No digas: “Eso está mal”. Yo, que soy la Verdad, te digo que es un bien supremo. Aunque vivierais mil vidas, mil veces os convertiríais en títeres de Satanás y no siempre seríais capaces de salir vivos, aunque heridos, de tales situaciones. Dado que vivís sólo una vez y que sabéis que en esa vez se juega vuestro destino, si no sois malditos adoradores de la Bestia, obrad al menos con la mínima voluntad que me basta para salvaros.
Quienes, en lugar de esa mínima parte, lo dan todo de sí y viven en mi Ley, son bienaventurados. El Dios de los vivos les mira desde el Cielo con infinito amor y todo el bien del que aún gozáis en la Tierra lo debéis a estos santos que a veces despreciáis, pero a quienes los Santos llaman “hermanos”, a quienes los ángeles acarician y a quienes el Dios Uno y Trino bendice”.
(De la Obra de María Valtorta)
No hay comentarios:
Publicar un comentario