by
unahoraconmigoQueridos hijos de Mi Corazón Inmaculado, almas orantes, consagradas a Mí, bien sabéis que la oración es la puerta del alma por donde puede entrar el Señor Jesús, Mi Hijo, a recrearse en ella. Por eso, igual que no se debe rechazar ningún alma, hecha a imagen de Dios, tampoco se puede reprobar ninguna oración ni menospreciar ninguna buena cualidad.
En verdad, hay almas que no son capaces de contemplar ni concentrarse en los misterios divinos, no les ha sido dado, no penetran la profundidad ni hondura de aquello que rezan, se quedan como aquel que se miró un instante en el espejo, y pronto se olvidó de su imagen. (Stgo. 1, 22-25), Por eso todo tan deprisa, se han quedado en la superficie, pero para ellas es gran obsequio lo que hacen al Cielo, y les cuesta.
Pero imaginad que les llega su hora, y rezan un rosario tras otro, es de enorme valor. Yo misma, en Fátima, dije que a Francisco le convenía rezar muchos rosarios.
O caen enfermos y se entretienen mirando una estampa, pensando en la inmortalidad del alma y que será juzgada por Dios… sin palabras, sólo con su conformidad, alcanzan la vida eterna, y hasta santidad para los suyos.
Otras almas hay que son llamadas a la oración mental, al trato íntimo con quien saben les ama, pero les cuesta mucho dejar las oraciones de libro, la rutina… aunque con esfuerzo, lo consiguen.
¿Y qué hace Mi Jesús ante una puerta? Llama para que Le abran, como cuando el apóstol Pedro fue liberado de la cárcel por el ángel. Marchó al primer cenáculo, la casa de María, madre de Juan, apellidado Marcos, el evangelista… ¡el santo de hoy! Y llamó. De pura alegría y admiración, la sierva Rode fue a dar la noticia, pero no le abrió. Y… ¿Qué hizo Pedro? Lo mismo que Jesús, llamar otra vez, hasta que le abrieron y dejó su mensaje perenne en las almas… (Hch. 12, 1-17),
Así, vosotros, abrid, ¡Abrid sin miedo las puertas a Cristo, no las dejéis sólo entreabiertas, se quedaría fuera…! ¡Abrid y orad por vuestros hermanos, que Le conozcan!, y ahora cedo a Marcos Evangelista la bendición: “Yo os bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Quedad en paz. Así sea.