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MªEsperanza Román


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¡Te basta mi gracia!

Reza ante el Santísimo por tu familia, amigos y enemigos...¡Él es el Todopoderoso!



¡Oh Señor, pongo en tus manos la sangre derramada por todos aquellos niños muertos en el vientre de sus madres a manos de los hombres, únela a la sangre de tu hijo Jesús que derramó por todos nosotros para la remisión de todos los pecados del mundo! Acoge, Señor esta oración. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

viernes, 30 de mayo de 2014

María nos libra...

MARIA NOS LIBRA DEL INFIERNO.

by pajares95
Lectura espiritual
María libra a sus devotos de caer en el infierno
1. María consigue que todos sus devotos se salven
El devoto de María que fielmente se encomienda a ella y le obsequia, no puede condenarse. Esta proposición, a alguno le puede parecer muy avanzada, pero a éste le rogaría que, antes de rechazarla, leyera antes lo que enseguida diré sobre este punto.
Al decir que un devoto de nuestra Señora no puede condenarse excluimos a los falsos devotos que abusan de su pretendida devoción para pecar más impunemente. Así que algunos, injustamente, desaprueban el ensalzar tanto la piedad de María con los pecadores, diciendo que así, éstas, luego abusan para pecar más. Semejantes presuntuosos, por su temeraria confianza, merecen castigo, no misericordia. Por tanto, ha de entenderse de aquellos devotos que, con deseo de enmendarse, son fieles en obsequiar a la Madre de Dios y encomendarse a ella. Y digo que éstos es moralmente imposible que se pierdan. Veo que esto también lo ha dicho el P. Crasset en su obra sobre la devoción a la Virgen María; y antes de él, Vega en su Teología Mariana, Mendoza y otros teólogos. Y para comprender que éstos no han hablado a la ligera, veamos lo que han dicho los doctores y los santos. No hay que extrañarse de que cite testimonios tan parecidos unos a otros pues he querido anotarlos todos para demostrar cuán concordes están sobre esto.
Dice san Anselmo que, como el que no es devoto de María y no está protegido por ella es imposible que se salve, así es imposible que se condene quien se encomienda a la Virgen y es mirado por ella con amor. Lo mismo afirma san Antonio con similares palabras: “Como es imposible que se salve aquél de quien María aparte los ojos de su misericordia, así es necesario que se salven y vayan a la gloria aquellos hacia los que vuelve sus ojos rogando por ellos”.
Pero téngase en cuenta la primera parte de la proposición de estos santos, y tiemblen los que abandonan o menosprecian la devoción a esta divina Madre. Dicen que es imposible que se salven aquellos que no son protegidos de María. Esto lo afirman otros, como san Alberto Magno: “Todos, absolutamente todos los que no son tus siervos, se pierden necesariamente”, dice san Buenaventura: “El que la desprecie, morirá en sus pecados”. Y en otro lugar: “El que no te invoca en esta vida, no llegará al reino de Dios”. Y en el salmo 99 llega a decir que no sólo no se salvará, sino que no existe ninguna esperanza de salvación para aquellos de los que María aparta el rostro. Antes lo había dicho san Ignacio mártir afirmando que no puede salvarse un pecador, sino por medio de la Santísima Virgen, la cual, por el contrario, salva con su piadosa intercesión a muchos que, conforme a la justicia divina merecían ser condenados. Algunos dudan si esta sentencia es de san Ignacio mártir, pero, según el P. Crasset, sí lo ha dicho san Juan Crisóstomo, y también lo afirma el abad de Celles. En este sentido aplica la Iglesia a María las palabras de los Proverbios “Los que me aborrecen, aman la muerte” (Pr 8, 36). Todos los que no me quieren, desean la muerte eterna. Porque, como dice Ricardo de San Lorenzo comentando las palabras “viene a ser como nave de mercader” (Pr 31, 14), se verán anegados en el mar de este mundo, todos los que se encuentren fuera de esta nave. Hasta el hereje Ecolampadio consideraba señal cierta de reprobación, la poca devoción de algunos hacia la Madre de Dios, por lo que decía: “Nunca se oirá de mí que estoy contra María, pues considero señal de condenación no tenerle afecto a ella”.
2. María impide que sus devotos de pierdan
Por el contrario, dice María: “El que me oye, no se verá confundido” (Ecclo 24, 30): El que recurre a mí, y escucha lo que le digo, no se perderá. De ahí que le dijera san Buenaventura: “Señora, el que se preocupa de obsequiarte, está muy lejos de la condenación”. “Y esto –dice san Hilario– aunque en el pasado se le hubiera ofendido mucho a Dios”.
Por eso el demonio se afana en que los pecadores, después de haber perdido la gracia divina, pierdan además la devoción a María. Sara, viendo a Isaac que jugaba con Israel quien le enseñaba malas costumbres, dijo a Abrahán que lo echara de casa, y que echara también a su madre Agar: “Despacha a la esclava con su hijo” (Gn 21, 10). No se contentaba con que saliera sólo el hijo si no marcha la madre, pensando que, de otro modo, volviendo el hijo a ver a la madre, hubiera vuelto a frecuentar la vivienda. Así el demonio no se contenta con que un alma se aparte de Cristo si no se desentiende también de la Madre: “Arroja al Hijo y a su Esclava”. De otra manera, teme que la Madre vuelva a introducir al Hijo en esa alma. Y lo teme con toda razón, porque, como dice el docto P. Paciuchelli, el que es fiel en obsequiar a la Madre de Dios, pronto lo recibirá por medio de María.
Por lo que, con razón san Efrén llama a la devoción a María “Carta de libertad”, salvoconducto para el cielo y no ser relegado al infierno. Y llamaba a la Madre de Dios “Patrocinadora de los condenados”, siendo cierto, como lo es, lo que dice san Bernardo, que a María no le falta ni poder ni voluntad de salvar. No le falta poder porque sus plegarias no pueden dejar de ser oídas, como afirma san Antonio. Y san Bernardo dice que sus plegarias no pueden quedar baldías, sino que obtienen cuanto quieren: “Encuentra lo que quiere y no puede quedar decepcionada”. No le falta voluntad de salvarnos, porque más desea nuestra salvación de lo que nosotros la deseamos. Siendo esto verdad ¿cómo puede suceder que se pierda un devoto de María? Puede que sea pecador, pero si se encomienda a esta buena Madre con perseverancia y voluntad de enmendarse, ella se cuidará de conseguirle luz para salir de su mal estado, dolor de sus pecados, perseverancia en el bien y una santa muerte. ¿Qué madre, pudiendo con sus plegarias ante el juez, librar a su hijo de la muerte, no lo haría? Y ¿podremos pensar que María, madre la más amorosa que pueda encontrarse para con sus devotos, pudiendo librar a un hijo de la muerte eterna, deje de hacerlo?
3. María pone a sus devotos en camino de salvación
Devoto lector, demos gracias al Señor si vemos que Dios nos ha dado amor y confianza para con la Reina del cielo, porque Dios –dice san Juan Damasceno– otorga esta gracia a los que quiere salvar. Con estas hermosas palabras reaviva el santo nuestra confianza: “Madre de Dios, si yo pongo mi confianza en ti, me salvaré. Si estoy bajo tu protección, no tengo que temer nada, porque ser tu devoto es poseer las armas con que se consigue la salvación que Dios concede a los elegidos”. Erasmo saludaba a la Virgen diciendo: “Dios te salve, terror del infierno y esperanza de los cristianos; esperar en ti es tener segura la salvación”.
¡Cuánto enfurece al demonio ver a un alma que persevera en la devoción a la Madre de Dios! Se lee en la vida del P. Alfonso Álvarez, muy devoto de María, que estando en oración y muy angustiado por las tentaciones impuras con las que le acosaba el demonio, éste le dijo: “Deja esa devoción a María y yo dejaré de tentarte”.
Reveló Dios a santa Catalina de Siena, como refiere Blosio, que él, por su bondad, le había concedido a María, en atención a su divino Hijo, que ninguno, aunque fuera pecador, si se encomienda a ella devotamente, llegue a condenarse. También el profeta David pedía ser librado del infierno por el amor que tenía al honor de María: “Amé, Señor, el decoro de tu casa... no pierdas mi alma con los impíos” (Sal 25, 8-9). Dice “el decoro de su casa”, porque María fue aquella casa que Dios se fabricó en la tierra para su morada y para encontrar en ella su reposo al hacerse hombre, como está escrito en los Proverbios: “La Sabiduría se edificó para sí una casa” (Pr 1). No, cierto que no se perderá –decía san Ignacio mártir– el que se preocupa de ser devoto de esta Virgen Madre”. Y lo confirma san Buenaventura diciendo: “Señora, los que te aman gozan de gran paz en esta vida y en la otra no verán jamás la muerte”. “Jamás se ha dado ni se dará el caso –asegura el devoto Blosio– de que un humilde y devoto siervo de María, se pierda para siempre”.
4. María posee gran poder contra el mal
¡Cuántos se habrían condenado eternamente o quedado obstinados en el mal, si María no hubiera intercedido ante su hijo para que tuviera misericordia con ellos! Así lo dice Tomás de Kempis, y es el parecer de muchos teólogos, sobre todo de santo Tomás, el que a personas aparentemente muertas en pecado mortal, la Madre de Dios les obtuviera del Señor que suspendiera la sentencia y revivieran para hacer penitencia. Sobre esto refieren graves autores, no pocos ejemplos. Entre otros, Flodoardo, que vivió en el siglo noveno, narra en su Crónica de un diácono llamado Adolmano, el cual, creyéndole muerto, mientras estaban ya para enterrarlo, revivió; y dijo que había visto el lugar del infierno donde debía estar condenado, pero que, gracias a las plegarias de la Santísima Virgen, había vuelto a la vida para tener tiempo de hacer penitencia. Surio también refiere de un ciudadano romano llamado Andrés, que había muerto, al parecer, impenitente, y al que María le había obtenido poder revivir para poder ser perdonado. También cuenta Pelbarto que en su tiempo, cuando el emperador Segismundo atravesaba los Alpes con su ejército, se oyó la voz de un soldado que estaba esquelético, y que pedía confesión, diciendo que la Madre de Dios, de quien había sido devoto, le había obtenido la gracia de poder vivir en aquel estado hasta que se confesase; y una vez que se hubo confesado, expiró.
Estos y otros ejemplos, no han de servir para animar a ningún temerario a vivir en pecado, con la esperanza de que María lo librará del infierno en el último momento; pues, como sería gran locura tirarse a un pozo con la esperanza de que María lo preservara de la muerte, como ha salvado a otros en semejante situación, así mayor locura sería arriesgarse a llegar a la hora de la muerte en pecado con la pretensión de que la Virgen lo librase del infierno. Pero esos ejemplos, que sirvan para reavivar nuestra confianza pensando que, si la intercesión de esta Madre divina ha podido librar del infierno aun a aquellos que parecían haber muerto en pecado, cuánto más será poderosa para impedir que caigan en el infierno los que durante su vida recurren a ella con intención de enmendarse, y fielmente la sirven.
5. María escucha nuestras plegarias
Digamos, pues, con san Germán: “¿Qué sería de nosotros, pobres pecadores, pero que queremos enmendarnos y recurrimos a ti, sin tu ayuda, pues eres la vida y la respiración de los cristianos?”. Oigamos a san Anselmo que dice: “No se condenará aquel por quien María haya orado una sola vez”. Dice que no se condenará aquel por quien hayas interpuesto tus plegarias, aunque sea una sola vez; ruega pues por nosotros, y nos veremos libres del infierno. ¿Quién me dirá que, al presentarme al divino tribunal, no tendré favorable al juez, si tengo para defender mi causa a la Madre de la misericordia? Así lo expresa Ricardo de San Víctor. El B. Enrique Susón declaraba que había puesto su alma en manos de María; y decía que si el juez hubiera querido condenarlo, deseaba que la sentencia se ejecutase por manos de María, seguro de que una vez en manos de la Virgen piadosa, ella misma impediría su ejecución. Lo mismo digo y espero para mí, mi Santísima Reina. Por esto quiero siempre suplicarte con san Buenaventura: “En ti, Señora, esperé, no seré para siempre confundido”. Señora, yo he puesto en ti toda mi esperanza; por eso tengo la firme seguridad de no verme condenado, sino encontrarme a salvo en el cielo alabándote y amándote siempre.
EJEMPLO
Distinta suerte de dos jóvenes libertinos
En el año 1604, en una ciudad de Flandes, vivían dos jóvenes estudiantes, que en vez de dedicarse a los estudios, se lo pasaban en borracheras y deshonestidades. Una de tantas noches, habiendo estado pecando en casa de una mujer de mala vida, uno de ellos llamado Ricardo, se fue a su casa, el otro se quedó más tiempo. Llegado a casa Ricardo, mientras se desvestía para acostarse, se acordó de que no había rezado aún el Ave María a la Virgen, como acostumbraba. Se caía de sueño, por lo que le costó mucho rezar, pero haciendo un esfuerzo rezó, aunque sin devoción y medio dormido. Luego se acostó; y estando en el primer sueño, sintió llamar fuerte a la puerta, e inmediatamente después, sin que se abriera la puerta, vio ante sí a su compañero, desfigurado y horrible. “¿Quién eres?”, le dijo. “¿No me reconoces?”, le respondió la aparición. “Pero ¿cómo estás tan cambiado? ¡Si pareces un demonio?” “¡Desgraciado de mí! ¡Estoy condenado!”, gritó el infeliz. “¿Cómo?” “Al salir de aquella casa infame un demonio me ahogó. Mi cuerpo está en medio de la calle y mi alma en el infierno. Y has de saber que el mismo castigo estaba preparado para ti, pero la Virgen, por ese pequeño obsequio del Ave María, te ha librado. ¡Feliz tú, si sabes aprovechar este aviso que por mi medio te manda la Madre de Dios!” Y dicho esto desapareció. Ricardo, deshecho en llanto, se arrojó de la cama postrándose en el suelo para dar gracias a María su libertadora. Y estando meditando en cambiar de vida, oyó la campana de los franciscanos que tocaba a maitines. Se dijo: Ahí me llama Dios a hacer penitencia. Marchó inmediatamente al convento a rogar a los padres que lo recibieran. Ellos no querían hacerle caso conociendo su vida tan desordenada; pero él, hecho un mar de lágrimas, les contó cuanto acababa de suceder. Marcharon los padres a aquella calle, y, en verdad, encontraron el cadáver del joven con muestras de haber sido ahogado y negro como un carbón. Entonces lo recibieron. Ricardo, de ahí en adelante se entregó a una vida ejemplar. Fue a las Indias y a predicar el Evangelio; de allí pasó al Japón; y tuvo la gracia de morir mártir de Jesucristo, siendo quemado vivo.
ORACIÓN DE GRATITUD A MARÍA
María, mi Madre muy amada:
en qué abismo de males no me encontraría,
si no me hubieras preservado tantas veces;
si con tu piadosa mano
no me hubieras sostenido
en cuántos peligros hubiera caído.
Cuántos años hace que estaría en el infierno
si tú no me hubieras librado con piadosos ruegos.
Mis graves pecados allí me arrojaban;
la divina justicia, ya me había condenado;
los demonios bramaban,
queriendo ver ejecutada la sentencia.
Pero tú acudiste, Madre,
sin que yo te llamara, y me salvaste.
Mi amada libertadora,
¿qué te ofrendaré por tal gracia y tanto amor?
Tú, después, venciste mi dureza,
y me atrajiste a tu amor y a confiar en ti.
Prosigue, vida y esperanza,
Madre a la que amo más que a mi vida,
prosigue empeñada en librarme del infierno,
y, antes, de los pecados en que puedo caer.
Mi Señora, tan querida, yo te amo.
¿Cómo podrá sufrir tu bondad
ver condenado a un devoto que te ama?
Consígueme que no sea en adelante ingrato,
ni contigo, ni con Dios,
que, por tu amor, tantas gracias me ha otorgado.
María, sé que me perderé si te abandono.
Pero ¿cómo tendré el valor para dejarte?
Tú, después de Dios,
eres todo el amor que me queda.
No soy capaz de vivir sin amarte.
Yo te quiero de veras, yo te amo,
y espero que siempre te amaré,
en el tiempo y en la eternidad,
porque eres la criatura más bella y santa,
más benigna y amable del mundo. Amén.
(“Las Glorias de María” – San Alfonso María de Ligorio)
pajares95 | 3

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