Bienvenidos a compartir en el Espíritu de Dios

Hola a todos los que visitáis este blog. ¡Gracias por entrar! ¡DIOS OS BENDIGA!
En este momento empezamos a compartir nuestras vivencias y, también nuestras oraciones.
Rezo por vosotros. Rezad, también por mí. ¡GRACIAS!

¡Jesús es amor sin límites!



¡Dios te ama!¡Él esta vivo en tu corazón!

¡Que Dios os bendiga cada día de este año 2024


MªEsperanza Román


¡Alabado sea Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Sólo Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. ¡SÓLO JESÚS SALVA! Léelo en la Biblia.


¡Te basta mi gracia!

Reza ante el Santísimo por tu familia, amigos y enemigos...¡Él es el Todopoderoso!



¡Oh Señor, pongo en tus manos la sangre derramada por todos aquellos niños muertos en el vientre de sus madres a manos de los hombres, únela a la sangre de tu hijo Jesús que derramó por todos nosotros para la remisión de todos los pecados del mundo! Acoge, Señor esta oración. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

domingo, 3 de mayo de 2015

NOSOTROS NO SABEMOS PEDIR.


Homilía atribuida a San Juan Crisóstomo sobre la oración.

siglo Vrelacionada al Evangelio:
«Se marchó al descampado y allí se puso a orar»

El sumo bien está en la oración, en el diálogo con Dios... La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza invisible.
Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y pacifica el alma. Cuando hablo de oración me refiero a la verdadera, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol:
«Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26).
Una oración así, cuando Dios la otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien la saborea se enciende en un deseo eterno del Señor, como un fuego ardiente que inflama su corazón.

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