* “Recurro a la gran medicina, al arma por antonomasia: la oración” DE LOS ESCRITOS DE MARIA VALTORTA.
.- ■ Jesús se pone en camino dando la espalda al lago, y se dirige sin vacilar hacia uno de los desfiladeros que hay entre las colinas que van en líneas, yo diría casi paralelas, desde el lago hacia el oeste. Entre una y otra colina rocosa, escarpada, abierta en pico como un fiordo, baja un riachuelo envuelto en espumas en su carrera desenfrenada y por arriba se descubre el monte agreste, con plantas que han crecido en todas las direcciones, como han podido, entre piedra y piedra. Tan solo un sendero de cabras hay en la colina más escabrosa, y Jesús toma ese. Los discípulos le siguen fatigosamente, en fila india y en el silencio más grande. Tan solo cuando se detiene para darles descanso, en un lugar, un poco ancho, de este sendero que parece un arañazo en la pendiente dificilísima, ellos se miran sin hablarse. Parece que con miradas se dijesen: «¿A dónde nos lleva?». Pero no se hablan, solo se miran, y cada vez con más desconsuelo a medida que ven que Jesús vuelve otra vez a emprender el camino por la agreste garganta, llena de curvas, hendiduras, peñascos que dificultan el andar, porque además hay las zarzas y otras miles de hierbas que se aferran de sus vestidos por todas partes, que rasguñan, que hacen tropezar, y que pegan en la cara. Hasta los más jóvenes, cargados con alforjas pesadas, han perdido el buen humor. ■ Finalmente Jesús se detiene y dice: “Aquí estaremos durante una semana en oración, para que os preparéis a un gran acontecimiento. Por esta razón quise que estuvieseis solos, en un lugar desierto, alejado de toda caravana, y de todo lugar habitado. Aquí hay cuevas que han servido otras veces a hombres. Nos servirán a nosotros también. Aquí hay agua fresca y abundante, aunque el terreno sea seco. Tenemos pan y alimentos suficientes para nuestra breve permanencia. Quienes el año pasado estuvieron conmigo en el desierto saben cómo viví (1). Esto es un palacio real respecto de aquel lugar, y la estación, que no es inclemente, no molesta con su cruel frío, ni con el fuerte sol. Tratad, pues, de tener buen ánimo. Tal vez jamás volveremos a estar todos juntos y solos. Esta breve permanencia debe uniros, haciendo de vosotros no más doce hombres, sino una sola institución. ¿No habláis? ¿No me preguntáis nada? Colocad sobre esa peña las alforjas que traéis, y despeñad ese otro peso que tenéis en el corazón: vuestra fragilidad humana. Aquí os he traído para hablaros al espíritu, nutriros el espíritu, para haceros espíritu. ■ No diré muchas palabras: ¡muchas os he dicho ya en un año que llevo con vosotros! Ahora ya basta. Si tuviera que cambiaros con la fuerza de la palabra debería teneros diez, cien años, y aun así seguiríais siendo imperfectos. Ha llegado el tiempo de que haga uso de vosotros, pero para ello debo formaros. Recurro a la gran medicina, que es el arma por antonomasia: la oración. Siempre he orado por vosotros pero ahora quiero que lo hagáis vosotros mismos. Todavía no os enseño mi oración, pero sí os doy a conocer el modo de orar y lo que es la oración: un coloquio de hijos con su Padre, de espíritus a Espíritu, abierto, animado, lleno de confianza, recogido, claro. La oración es todo: confianza, confesión, conocimiento de vosotros mismos, llanto por vosotros mismos, promesa a vosotros y a Dios, búsqueda de Dios, petición a Dios; y todo esto hecho a los pies del Padre. No debe hacerse en medio del bullicio, entre distracciones, a menos que sea uno perfecto en la oración. Y aún éstos se resienten del griterío, rumor del mundo en sus ratos de oración. Vosotros no sois colosos sino pequeños, niños en el espíritu, aquí llegaréis a la edad de la razón espiritual. El resto vendrá después. ■ Por la mañana temprano, al mediodía y al atardecer nos reuniremos para orar juntos con las antiguas palabras de Israel y para partir el pan y luego cada uno volverá a su cueva, teniendo ante sí a Dios y a su alma, teniendo ante sí cuanto os he dicho acerca de vuestra misión y de vuestra capacidad. Os digo: «Medíos, escuchaos, decidid». Es la ultima vez que os digo. Pero después debéis ser perfectos, en vuestras medidas, sin cansancio ni fragilidad humana. Después ya no seréis Simón de Jonás o Judas de Simón, ni Andrés o Juan, Mateo o Tomás, sino que seréis mis ministros. ■ Id, cada uno por sí solo. Yo estaré en aquella cueva. Siempre presente. No vengáis sin seria razón. Debéis aprender a valeros por vosotros y a estar solos. Porque, en verdad os digo que hace un año estábamos para conocernos y dentro de dos estaremos para dejarnos. ¡Ay de vosotros y ay de Mí si no lográis aprender a valeros por vosotros! Dios esté con vosotros. Judas, Juan, llevad a mi gruta, a aquella, las provisiones. Deben durar y Yo las distribuiré”. Alguien objeta: “Será poco”. Jesús responde: “Lo suficiente para no morir. El vientre muy lleno hace pesado el espíritu. Os quiero elevar y no haceros lastre”. (Escrito el 16 de Mayo de 1945).
······························ 1 Nota : Jesús, al inicio de su pública permaneció en el desierto durante 40 días y fue tentado por Satanás (Mt. 4,1-11). Posteriormente, según esta Obra, acompañado de Juan, Judas Iscariote y Simón Zelote, había estado también en estos mismos lugares. Jesús se refiere aquí a esta última estancia. |
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En este momento empezamos a compartir nuestras vivencias y, también nuestras oraciones.
Rezo por vosotros. Rezad, también por mí. ¡GRACIAS!
¡Oh Señor, pongo en tus manos la sangre derramada por todos aquellos niños muertos en el vientre de sus madres a manos de los hombres, únela a la sangre de tu hijo Jesús que derramó por todos nosotros para la remisión de todos los pecados del mundo! Acoge, Señor esta oración. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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MªEsperanza Román
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¡Te basta mi gracia!
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domingo, 6 de septiembre de 2015
LA GRAN MEDICINA.
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